Por: H. E. Cavazos Arózqueta
Terminé de leer Justicia de Gerardo Laveaga sintiéndome alegre y satisfecho. La novela cumple con todo aquello que seguramente el autor se propuso conseguir: entretiene, conscientiza, enseña, critica, reta y divierte al lector; lo que impide que el aburrimiento o el tedio acompañen la lectura o, peor aún, que algún malestar relacionado con la mediocridad lleven a quienes la leen a abandonarla sin haberla concluido.
Si bien el título de esta novela, en mi opinión, no invita con contundencia a los lectores a que se adentren en sus páginas; pues es escueto y ambiguo, más bien semejante al título de un tratado o de un ensayo sobre el complejo y amplísimo contenido semántico del significante justicia. No obstante, una vez enfrentados el comprador de libros y el reverso de Justicia, la cita de Anacarsis y la sinopsis resultan sumamente seductoras y atractivas; son éstas las que atraen lectores. Consecuentemente, infiero pertinente y necesario que todo aquél que lea Justicia, acto seguido de terminar la lectura, invite a la mayor cantidad posible de personas a que se atrevan a leerla. A nadie dejará mal parado esta recomendación.
Sumamente rica en reminiscencias sociales y políticas, la multimencionada novela de Laveaga, mediante la recreación de sucesos semejantes a nuestra realidad, remite a la memoria del lector a múltiples y diversos acontecimientos que han marcado la vida en México y en especial dentro del Distrito Federal. Imposible no imaginar a Andrés Manuel López Obrador cuando se lee la palabra "complot" pronunciada por el Jefe de Gobierno capitalino ficticio; ¿o cómo creer que son coincidencias que en la novela sucedan tragedias como la muerte de menores en una discoteca de la Ciudad de México tras una redada, o el incendio de una guardería en el norte de la República?
En Justicia también se construyen segundos pisos al Periférico y también hay una ministra liberal y otra conservadora (¿Luna Ramos y Sánchez Cordero?) y el noreste del país es un infierno y abunda la desigualdad social y la dolencia es sufrimiento cotidiano en las familias marginadas y la impunidad prevalece dentro del sistema judicial y los políticos se corrompen y corrompen y el objetivo de las cárceles, que es la reinserción social, naufraga en la inutilidad y reprimen inhumanamente y encarcelan a quienes protestan por la construcción de un aeropuerto y las paupérrimas y desnutridas indígenas secuestran a miembros de nuestras fuerzas policiales y en las fronteras asesinan a niños y no hay respeto y no hay derechos y la justicia significa un lujo que no cualquiera puede darse.
La novela también es valiosa por el lenguaje que la materializa. La pluralidad de narradores y el cambio de tiempos y personas la dotan de complejidad literaria y lingüística. Además de la superposición de planos tempoespaciales, hay un narrador en primera persona del singular en tiempo presente cuyo lenguaje prosaico y vulgar nutre de verosimilitud al texto; este narrador aparece con una discreta analepsis que no es hasta el final cuando se nos manifiesta; otro en segunda persona del singular también en tiempo presente que apela a las vísceras del lector; ambos con un grado de omnisciencia bajo; y por ello logran angustiarnos placenteramente negándose a saciar con inmediatez nuestra curiosidad, por no dilucidar la intriga que se va gestando paulatinamente. Asimismo, aparece otro narrador en tercera persona en tiempo pretérito con un grado de omnisciencia medio que nos cuenta, sin titubeos ni complejos, acontecimientos brutales, repudiables, violentos y nefastos.
Justicia, de Gerardo Laveaga, además de entretener y divertir a sus lectores mediante los giros sorprendentes que sufre su trama, conformada por una pluralidad de historias que poco a poco se van entrelazando, también les presenta las inmundas entrañas del sistema judicial mexicano, así como la enorme gama de artimañas con las que abogados litigantes, policías, jueces y custodios se van abriendo el camino en este país eternamente aquejado por la corrupción y la impunidad.
Sin embargo no todo lo que se esconde tras las páginas que arman esta novela es repugnante y nauseabundo, impoluto y deshonesto. También hay ideales de equidad como oxímoron a lo perverso; también hay belleza como antítesis a lo grotesco, y placer en oposición a todo el dolor que sufren los personajes.
En este libro también hay quienes luchan contra la injusticia y se sublevan contra la hostilidad del sistema y del statu quo. Justicia, de Gerardo Laveaga rasguña todo aquello que aquí es injusto. Empero en eso se queda, en rasguños. No logra aniquilarlo, pulverizarlo. Y lo celebro; ya que no me gustan los melodramas entre buenos y malos, en los que el héroe vence al malvado antagonista, se queda con la chica y prevalece el bien; creo que al final el autor, usando como máscara a una joven, sensual, brillante y hermosa mujer, nos dice, sin en realidad decirnos, que vencer a las adversidades que atormentan el rumbo que lleva el país no es cosa fácil; que quizá la mejor idea es refugiarse en el mundo de lo sublime mientras que todo afuera se cae a pedazos, mientras la inexorable, salvaje e impetuosa vorágine arrasa con todo, mientras que los hijos de la chingada, luego de triunfar, disfrutan del botín.
Afortunada, y paradójicamente, también se puede vislumbrar, entre líneas, una invitación a seguir luchando.
Libros como éste crean conciencia. Sigamos creando conciencia hasta que, por fin, se haga genuina y verdadera justicia para todos.