La pesadilla del transporte en Brasil



Trenes destartalados, autobuses repletos que avanzan a paso de tortuga en medio de monstruosos embotellamientos, un Metro insuficiente para atender la demanda, minibuses clandestinos e inseguros.

El sistema de transporte público en Brasil, caro como en el primer mundo y deficiente como en el tercero, detonó masivas manifestaciones en todo el país, después de que se pretendiera aumentar las tarifas.


El reclamo por un boleto más barato y un servicio de mayor calidad es una de las principales reivindicaciones de las mayores protestas callejeras en el país en 20 años, que tienen lugar durante la Copa Confederaciones y a un año del Mundial de Futbol en Brasil.

Las autoridades de Sao Paulo, Rio de Janeiro y varias otras ciudades dieron marcha atrás esta semana en los recientes aumentos del boleto de metro, autobús y tren, pero multitudinarias protestas fueron convocadas de todos modos este jueves en 80 ciudades del país, a través de las redes sociales.

"El transporte público brasileño es en general deficiente, especialmente en las grandes ciudades, ya que no es capaz de atender la demanda. El pecado original es que no hay suficiente transporte sobre rieles, sobre todo Metro, y sin esto no se puede mejorar", dijo Marcos Cintra, vicepresidente de la Fundación Getulio Vargas en Sao Paulo y experto en planificación urbana.

Para muchos de los 194 millones de brasileños, sobre todo los más pobres, que no tienen automóvil, viven más lejos de donde trabajan y en zonas donde hay menos opciones de transporte, llegar al trabajo o regresar a casa cada día representa una pesadilla.

Ricardo Jefferson, un músico de samba de 29 años de la Baixada Fluminense, un suburbio popular de Rio, tiene un trayecto diario de dos a tres horas en autobús para llegar a su trabajo en el centro de la ciudad, y otro tanto para regresar.

"El transporte es escaso y el pasaje es muy caro para lo que ofrecen. Lo único que funciona en Rio es el metro, porque el tren es una porquería, y en autobús, mi trayecto puede llevar hasta casi cuatro horas", dijo mientras aguardaba el tren en medio de confrontaciones entre manifestantes y la Policía frente al estadio Maracaná el domingo pasado, durante un partido de la Copa Confederaciones.

"Trabajo como loco, estoy cansado, y cuando voy a tomar el tren o el bus, están repletos, uno se siente maltratado", se queja.

Para Marcio d'Agosto, coordinador del programa de ingeniería del transporte de la Universidad Federal de Río, la insatisfacción popular es fruto de la falta de inversiones en los últimos 50 años.

"Si vemos un filme sobre transporte público en Brasil en los años 50 y lo comparamos con la situación hoy, veremos que nada cambió", dijo.

El Alcalde de Río, Eduardo Paes, admitió esta semana que el transporte público en la ciudad es de muy poca calidad. 

"Son muchos años sin inversiones", sostuvo.

La peluquera Joana Maria dos Santos, de 45 años, que vive en Queimados, en la periferia norte de Río, lo vive en carne propia todos los días. Llegar a la peluquería de Ipanema donde trabaja le lleva tres horas, y debe tomar una combinación de tren y autobús.

"Si cae una sola gota de lluvia, ese tiempo se duplica", contó.

Chris Gaffney, un experto en urbanismo estadounidense que vive en Río y estudia los cambios en Brasil antes del Mundial deFutbol y los Juegos Olímpicos de 2016 en Río, explicó que las políticas de transporte están centradas en líneas de buses que transportan a la población desde la periferia a la ciudad.

"Pero la mala calidad del servicio, el alto coste, la competencia con coches por espacio limitado, y el deterioro en carreteras han creado infraestructuras urbanas que están al borde del colapso", sostuvo.

La situación ha empeorado con el explosivo crecimiento del parque automotor en Brasil, impulsado en la última década por el boom económico del país y un mayor acceso al crédito de 40 millones de personas que ingresaron a la clase media. Cada día, un promedio de 10 mil coches nuevos comienzan a circular por las calles brasileñas.

Recorrer menos de 30 kilómetros en Río puede llevar dos horas, y en Sao Paulo, una gigantesca metrópoli de 20 millones de habitantes, los embotellamientos pueden llegar a los 250 kilómetros de largo.

"Los que pueden comprarse un coche prefieren esperar sentados cómodamente que viajar parados en mastodontes de acero llenos a reventar y sin aire acondicionado, lo cual sólo empeora la situación", concluyó Gaffney.