Le invito a hacer un experimento. Pregunte en su entorno inmediato qué es lo que esperan –no lo que desean- de la futura reforma fiscal.
Un gran porcentaje de respuestas habrá sido, le aseguro, que vienen más o mayores impuestos.
No se trata de una casualidad. Los funcionarios públicos relacionados con el tema han planteado desde hace muchos meses que el Estado mexicano necesita más recursos.
Y como ya pasaron los tiempos en los que ese dinero extra se conseguía a través de deudas o de la maquinita de los billetes, pues ahora no habrá otro camino que cobrar más impuestos.
Como quien dice, habrá muchas empresas e individuos que probablemente para 2014 tengan –seguramente tengamos- menos dinero en sus cajas y en sus carteras.
Los impuestos no son voluntarios. De allí su nombre.
Sin embargo, si el Ejecutivo y el Congreso quieren que paguemos más y de buena gana (en caso de que ello sea posible), tendrían que hacerse por lo menos tres cosas.
Allí le van.
1.- Hacer más eficiente al sector público.
No sé si a usted le pase lo mismo, pero cada vez que voy a una oficina de gobierno o de alguna dependencia pública en cualquier nivel, puedo hacer una laaarga lista de ineficiencias que saltan a la vista. Detecta uno trámites que compiten entre sí en inutilidad, pero también observa toda una burocracia en oficinas, que Dios sabe cuándo trabaje porque cuando me ha tocado observar, están en sabroso cotorreo. El día que la eficiencia sea el signo de las oficinas públicas, aumentará la recaudación fiscal aun sin reformas.
2.- Que paguen los informales.
Los formales, es decir, quienes estamos dados de alta en el SAT y nos tienen checados hasta el mínimo detalle, somos los clientes cautivos. No se le pase a usted hacer alguna declaración o pago, porque apenas días después de la omisión ya tiene en su correo el amable recordatorio de que paga o los siguientes avisos ya no serán tan amables.
Pero si usted es uno de los felices integrantes de la economía informal mexicana (según el INEGI andan en el 60 por ciento de la población ocupada) entonces puede olvidarse de pagos, declaraciones, requerimientos. Puede gozar de los servicios públicos que le financiamos los demás.
Los gobiernos nunca le han querido entrar al toro y registrar a los informales porque cuesta más trabajo y reditúa menos. Así que las banderillas nos las ponen a quienes ya estamos en los corrales.
El día que sea a los informales, vamos a pagar más y con gusto.
3.- Que aun los formales estemos, todos, o coludos o rabones.
En el sistema fiscal mexicano, las excepciones son la regla. Se encuentra lleno de agujeros, según se puede verificar, impuesto por impuesto, en el Presupuesto de Gastos Fiscales que Hacienda entrega cada año.
Si se decide que haya un incremento de las tasas generales, pero no se tapan los hoyos del sistema, tendremos un marco tributario caracterizado por la inequidad.
Pareciera que es cuestión de que el gremio de uno represente cierto número de votos o sea parte de “las fuerzas vivas” para que reciba alguna ventaja respecto al común de los mortales. Eso debe acabarse y debiera existir un trato fiscal parejo que le quite la apariencia de queso gruyere a nuestro sistema tributario.
Hay muchas más cosas que se podrían hacer para que los que cargamos con el grillete de ser cautivos paguemos con una sonrisa en la boca, como por ejemplo, que de vez en vez recibamos alguna ventaja en lugar de que siempre se les den a los morosos, que son tratados muchas veces como los hijos pródigos del SAT.
Pero bastaría con las tres enumeradas para cambiar nuestro humor cuando hacemos un pago de impuestos.
Como soy realista y sé que es mucho pedir, quizás no haya más remedio que seguir pagando –no quedará de otra- aunque seguramente lo haremos, como siempre, con un mohín de enojo.